Probablemente sean locuras mías; pero, conforme vivo una Pascua tras otra he descubierto algo: este día es uno de los más tristes para un Adorador del Santísimo Sacramento. Si bien el Viernes es un día de dolor, aún queda el consuelo de ver a nuestro Señor una vez más, durante la celebración de la Pasión, cuando la Comunión es distribuída; sin embargo, ¿Qué nos queda el sábado? En este día, la liturgia enfatiza la ausencia de la Presencia eucarística: el sagrario está vacío.
La tristeza es infinita; no hay un lugar donde podamos encontrar a Jesús Sacramentado, buscamos y no encontramos, y, como a la Magdalena sólo nos queda repetir llenos de angustia: "¿A dónde han puesto a mi Señor?".
Sin embargo, es esta espera la prueba de nuestra fe; la razón de nuestra esperanza es el suceso que nos aguarda en la Vigilia de esta noche. La noche más solemne del año; la noche más solemne de todas: la noche que, una vez transcurrida, nos mostrará el milagro de nuestro Señor resucitado y victorioso. La noche que nos devolverá su Presencia al tabernáculo.
La tristeza es infinita; no hay un lugar donde podamos encontrar a Jesús Sacramentado, buscamos y no encontramos, y, como a la Magdalena sólo nos queda repetir llenos de angustia: "¿A dónde han puesto a mi Señor?".
Sin embargo, es esta espera la prueba de nuestra fe; la razón de nuestra esperanza es el suceso que nos aguarda en la Vigilia de esta noche. La noche más solemne del año; la noche más solemne de todas: la noche que, una vez transcurrida, nos mostrará el milagro de nuestro Señor resucitado y victorioso. La noche que nos devolverá su Presencia al tabernáculo.
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