lunes, 17 de diciembre de 2012

Una Presencia...

Más aún que la casa del pueblo cristiano, que la asamblea del pueblo, la Iglesia es la casa de Cristo. ¡Un misterio, una presencia llena la más pobre de las iglesias católicas! Primeramente ella está habitada, no vive del vaivén que le acarrean las multitudes, ella misma es fuente de vida y de pureza para los que franquean su recinto. Ella posee la presencia real, la presencia corporal de Cristo, el lugar donde el amor supremo tocó nuestra naturaleza humana, para contraer con ésta nupcias eternas. El foco de irradiación capaz de iluminar el drama de todos los tiempos y de la aventura humana.

Cada uno puede entrar ahí y encontrar -personal, silenciosa e íntimamente- al Jesús del Evangelio. Cada quien, cualesquiera que sean sus incapacidades, sus faltas, sus secretas miserias interiores, puede acercarse, como antaño la pecadora en la casa de Simón el fariseo. Cada uno puede gritar en dirección a él, como el ciego de Jericó, y decir: ¡Señor, que vea!

Los que aceptan sin comprender, y saben en el supra-consciente de su ser que se trata de algo inmenso, ésos están en la verdad.

Cuando una persona se pregunte ante usted acerca de lo que debe hacer para encontrar la verdad, quizás incluso antes de explicarle el catecismo y los misterios cristianos, también antes de lanzarlo a la multitud de creyentes donde se sentirá como extranjero y donde la Iglesia correría el riesgo de parecerle un grupo comunitario similar a todos los demás, pídale ir a sentarse un momento diariamente, con el Evangelio, en una iglesia, a la hora en que no haya nadie. Más tarde, él podrá comprender que la presencia real es la razón de ser de la permanencia de la Iglesia en el espacio y el tiempo hasta la parusía.

Charles Journet
La Eucaristía. Ternura del Amor de Dios.


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