domingo, 13 de enero de 2013

Jesucristo Hombre

Yo bucaba llegar a Dios y gozar de Él, pero no pude lograrlo directamente. No lo hallé hasta que me abracé con Jesucristo hombre, pues entre el hombre y Dios, mediador de los hombres, camino, verdad y vida. Jesucristo hombre, mezcló con su carne el manjar de su divinidad que yo no tenía fuerza para comer.
Pero yo, que no era hombre humilde y no admitía mi niñez espiritual, rechazaba a Dios en el humilde hombre Jesús y despreciaba la lección de su flaqueza.
Ahora, Señor, comprendo que para elevarme a tu divinidad no tengo otra cosa que la humanidad de Jesucristo.
Comprendo que tu Verbo, eterna verdad, encumbrado sobre todas las criaturas, levanta hacia si a todo aquel que se le quiere someter;
Comprendo que se edificó junto a nosotros una casa de humilde barro, su propio cuerpo caduco, para derribar a los soberbios de su propia altanería y atraerlos hacia sí, curarles la hinchazón de su soberbia e infundirles amor.
Nos da tu Verbo a los hombres esta lección de humildad para que nadie se eleve demasiado;
Para que cada uno conozca su debilidad viendo débil a la propia divinidad que asume nuestra flaqueza revistiéndose la pobre túnica de nuestra carne.
Que, humillado, me postre ante tu divinidad abajada hasta el polvo y la carne para que ella, al elevarse, me levante consigo.
¡Para elevarme a tu divinidad no tengo otro camino que abrazarme a la materialidad de Jesucristo!


San Agustín
Conf. 7, 18,24


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