jueves, 28 de marzo de 2013

Jueves Santo

Este día se conmemoran:

1)El mandamiento del Amor

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros.” (Jn 15, 12-17)

2)La institución del Sacerdocio
y
3)La institución de la Eucaristía

“Después tomó el pan y, dando gracias, lo partió y se lo dio, diciendo: ‘Esto es mi cuerpo, que es entregado por ustedes. Hagan esto en memoria mía’. Después de la Cena hizo lo mismo con la copa. Dijo: ‘Esta copa es la Alianza Nueva sellada con mi sangre, que va a ser derramada por ustedes”. (Lc. 22, 19-20).
* * * * *
(Liturgia Eucarística)

Antífona: A Dios siempre lo encontramos donde hay amor.
El amor de Jesucristo nos ha unido, ha llenado nuestras almas de alegría. Abstengámonos, por lo tanto, de ofenderlo y aprendamos a encontrarlo en nuestro hermano.
Antífona: A Dios siempre lo encontramos donde hay amor.
Ya que estamos en Cristo congregados, que ya nada pueda nunca separarnos. Cesen ya los rencores y las guerras, y que en Cristo nos miremos como hermanos.
Antífona: A Dios siempre lo encontramos donde hay amor.
Haz que todos merezcamos en el cielo, con los ángeles y santos, ver tu rostro. Cumpliremos así todo nuestro anhelo, y darás a nuestras almas gozo eterno. Amén.


* * * * *
Para la Adoración Nocturna es la noche más especial de todas. La noche en que redescubrimos y profundizamos en nuestra Razón primordial, en la raíz de nuestro ser y quehacer. Es el tiempo de dar gracias y también de hacer conciencia sobre la dignidad que nos ha sido otorgada.
El adorador vive para la Eucaristía, o al menos debería vivir tratando de honrar tal misterio de Amor. La vida del Adorador debe ser vida Eucarística en su totalidad: una entrega absoluta, una ofrenda de amor depositada a los pies del Santísimo Sacramento. No es opción de ningún adorador apartar la mirada del Sagrario, alejarse del Altar y del Sacrificio que en él tiene lugar. El adorador está llamado, especialmente en este día, a sumergirse en la Fuente de toda esperanza, a encontrar un refugio en el Corazón divino, de la misma manera en que el discípulo amado se reclinó en el pecho del Señor, para tomar fuerzas y continuar avanzando hacia la casa del Padre.

Nota: La presente oración está adaptada de un ejercicio que realiza la Adoración Nocturna Mexicana durante la Vigilia de Jueves Santo ante el Santísimo Sacramento en Reserva Solemne. Y es muy conveniente tanto como acción de gracias, como para meditar en el significado de la Eucaristía en nuestra vida cristiana. En las divisiones indicadas con [*] conviene hacer una pausa prolongada para meditar.
MONICIÓN

Esta noche conmemoramos la institución de la Eucaristía como memorial de la Pasión de Cristo. El tema central de todos los misterios de esta noche, Jesús lo repetirá varias veces, es el amor fraterno.
El Señor esta noche nos prometió que no nos dejaría huérfanos. Y no nos dejó. Se quedó permanentemente con nosotros en la Eucaristía hasta la consumación de los siglos.Por eso, esta noche es la más especial del año; pues gracias al amor infinito de Jesús por nosotros, que convirtió en realidad su presencia en el Santísimo Sacramento, nosotros hoy no tenemos por qué envidiar a la hemorroísa que tocó la fimbria de su vestido, ni a zaqueo que le hospedó en su casa, ni a los hermanos de Betania que tantas veces se sentaron a la mesa con él; no. Dios está con nosotros, todos los días hasta el fin del mundo, y nos espera en el Sagrario, cada día, con el corazón palpitante de amor y las manos rebosantes de gracias.
Esta noche conviene que recordemos el doble aspecto de este Sacramento: como alimento de nuestra vida sobrenatural que realiza nuestra unión con Dios y como Sacrificio que perpetúa el sacrificio de la muerte redentora de Cristo en la Cruz.Invitados, como Pedro, Santiago y Juan, a acompañar al Señor durante la noche, debemos hoy examinar nuestra conducta y tomar las resoluciones pertinentes; debemos, también, meditar en esa Presencia real de Jesucristo en la Eucaristía y en el mandamiento del amor:

"Ámense los unos a los otros como yo los he amado"

* * *

LECTURA (Jn13,1-17):
Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Estaban cenando (ya el diablo había metido en la cabeza a Judas Iscariote, hijo de Simón, que lo entregara), y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido. Llega a Simón Pedro y éste le dice: "Señor, ¿lavarme los pies Tú a mí?", Jesús le replicó: "Lo que Yo hago, tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde". Pedro le dice: "No me lavarás los pies jamás". Jesús le contestó: "Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo". Simón Pedro le dice: "Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza". Jesús le dice: "Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos". (Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: "No todos estáis limpios"). Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo: "¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis 'El Maestro' y 'El Señor', y decís bien, porque lo soy. Pues si Yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros; os he dado ejemplo para que lo que Yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis. En verdad, en verdad os digo: No es el siervo mayor que su amo, ni el enviado más que el que le envía. Sabiendo esto, seréis dichosos si lo cumplís".

CANTO
Cantemos al Amor de los Amores,
cantemos al Señor.
¡Dios está aquí! 
venid adoradores
adoremos a Cristo Redentor.
Gloria a Cristo Jesús; 
cielos y tierra, bendecid al Señor;
honor y gloria a Ti, 
Rey de la gloria
amor por siempre a Ti, 
Dios del Amor.

Por eso, porque está aquí, nosotros podemos hablarle esta noche como le hablaban las gentes de su tiempo en Palestina. Y lo vamos a hacer con las mismas palabras que sus oídos de carne escucharon entonces.
Avivemos nuestra fe en la presencia de Jesús sacramentado, repitiendo las palabras del Apóstol Santo Tomás:
¡Señor mío y Dios mío!
Confesemos la divinidad de Jesucristo con las palabras de San Pedro en Cesarea de Filipo:
¡Tú eres el Cristo, el hijo de Dios vivo!
Digámosle con Natanael:
Tú eres el Hijo de Dios, Tú eres el Rey de Israel.
Respondamos como Marta, la hermana de Lázaro, cuando Jesús le dijo: "Yo soy la Resurrección y la Vida;el que cree en mí, aunque hubiera muerto, vivirá, y todo el que vive y cree en mí no morirá eternamente. ¿Crees esto?"
Sí, Señor, yo creo que Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo que has venido a este mundo.
Pero digamos también, humildemente, con los Apóstoles
Señor, aumenta nuestra fe.
O con el padre de aquel lunático:
Creo, Señor, pero ayuda Tú mi incredulidad.
Aclamemos a Jesús Sacramentado como los ángeles a Dios hecho hombre en la noche de Navidad:
Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor.
Como la buena mujer de la turba:
Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te alimentaron
O como las gentes sencillas por las calles de Jerusalén el Domingo de Ramos:

Hosana al Hijo de David.

Bendito el que viene en nombre del SeñorHosana en las alturas.
*
* * *

Proclamemos nuestra dicha al saber que le tenemos con nosotros:
Dichosos los ojos que ven lo que nosotros vemos y los oídos que oyen lo que nosotros oímos; porque muchos patriarcas y profetas quisieron verlo y no lo vieron, oírlo y no lo oyeron.
Reconozcamos que no lo merecemos, diciéndole humildemente con el centurión:
Señor, no soy digno de que entres en mi casa; pero una palabra tuya bastará para sanarme.
Y al sentirnos privilegiados con la fe y la participación de la Eucaristía, digámosle con San Pedro en el Tabor:
Señor, ¡qué bien estamos aquí!
Y forcémosle a que no se vaya, rogándole con los discípulos de Emaús:
Quédate con nosotros, Señor, que anochece.
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* * *

Acuérdate, Señor, que nos dijiste: "Pedid y recibiréis, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá". Hoy te pedimos, Señor, con la fe y con las palabras de todos los necesitados del Evangelio, por todas nuestras necesidades espirituales y materiales.
Jesús, Hijo de David, ten compasión de nosotros.
Todos estamos manchados. Por eso te decimos con el leproso:
Señor, si Tú quieres, puedes limpiarme.
Todos andamos a tientas para ver tu verdad. Por ello, como los ciegos del Evangelio, te rogamos:
}Señor, que se abran nuestros ojos y veamos.
A menudo nos cuesta trabajo entender tu doctrina de renuncia y sacrificio. Te pedimos, entonces, con los Apóstoles:
Explícanos, Señor, esta parábola.
Conocemos a muchos enfermos de cuerpo y alma, y pensando en ellos, como Marta y María refiriéndose a Lázaro, te recordamos:
Señor, el que amas, está enfermo.
Necesitamos el alimento espiritual que eres Tú mismo. Instruido por tu palabra, te pedimos, como las turbas de Cafarnaum pero con mayor conocimiento de causa:
Señor, danos siempre ese pan.
O con la samaritana junto al pozo de Jacob:
Señor, danos siempre de esa agua, para que no volvamos a tener sed.
Y porque no sabemos lo demás que deberíamos pedir, te decimos:
Enséñanos a orar...
Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo. El pan nuestro de cada día dánosle hoy, y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores, y no nos dejes caer en la tentación, más líbranos del mal. Amén.

*
* *

Respondamos, hermanos, ahora y siempre a la llamada de Cristo con la prontitud de los magos:
Hemos visto tu estrella en Oriente y venimos a adorarte.
O con la generosidad del discípulo que se ofrecía a seguirle:
Señor, yo te seguiré adonde quiera que vayas.
Aceptemos siempre su voluntad, aún cuando no nos guste, con las palabras de Nuestra Señora:
Hágase en mí según tu palabra.
El mundo, Señor, tira de nosotros por caminos más fáciles que el tuyo. Pero no logrará destruir nuestra fe.
Tu yugo es suave y tu carga ligera.
El mundo nos promete felicidad engañosa a costa de serte infieles. Pero nosotros hoy, y siempre, ante la realidad de tu presencia eucarística, repetiremos las palabras de Pedro cuando en Cafarnaum nos prometiste la institución de este sacramento:
Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y conocido que Tú eres el santo de Dios.
Y con el mismo Pedro, en el momento de recibir el primado sobre toda la Iglesia, respondemos a tu generosa entrega:
Señor, Tú lo sabes todo. Tú sabes que te amo.
*
* *

Formulemos, concretamente, nuestro compromiso. Sabedores, Señor, de que Tú eres nuestro Dios y Creador, y nosotros tu pueblo y ovejas de tu redil.
Te prometemos andar por el camino de tus mandamientos.
Agradecidos a tu bondad que se ha dignado hacernos participantes de tu naturaleza divina, miembros de tu Cuerpo místico que es la Iglesia, hermanos tuyos y coherederos contigo:
Te prometemos permanecer en tu amor.
Conscientes de que lo que diciéramos por uno de tus pequeñuelos por Ti lo hacemos.
Te prometemos pagarte en la persona de nuestros prójimos lo mucho que te debemos.
Advertidos por Ti de que "no todo el que dice ¡señor, Señor! entrará en el reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de tu Padre celestial":
Te prometemos querernos los unos a los otros, no de palabra o con la lengua, sino con obras y de verdad.
Invitados por Ti a ofrecer a todos los hombres el espectáculo de nuestra unidad "para que el mundo crea":
Te prometemos aspirar, como los primeros cristianos, a no tener más que "un solo corazón y una sola alma".
Atentos a las advertencias de tu Apóstol: Que "el tiempo es breve", que "pasa como sombra la imagen de este mundo", que "no son comparables los sufrimientos de este mundo a la gloria futura que nos espera", que "no tenemos aquí ciudad permanente, sino que vamos en busca de la futura".
Te prometemos vivir como el que va de paso, fijo nuestro corazón en Ti, donde está nuestro tesoro.
Acordándonos de que instituiste la Eucaristía en la noche en que ibas a ser entregado y nos mandaste que la repitiéramos en memoria tuya:
Te prometemos no olvidarnos de que fuiste a la muerte por nosotros para darnos la vida.
Tu dijiste "que diéramos gratis lo que gratis habíasmos recibido".
Nosotros prometemos hablar de Ti a los que nos rodean y dar testimonio con nuestras vidas de que Tú has venido al mundo y estás en medio de nosotros.
Tú nos dijiste que debíamos ser luz del mundo y sal de la tierra:
No nos olvidamos, Señor.
Frente a la indiferencia y disculpas que solemos alegar a la hora de ser llamados a la mesa del Padre para participar de la Sagrada Comunión:
Te prometemos, Señor comulgar con frecuencia y fervorosamente.
Para que aumente el número de tus amigos, que te hagan compañía en las horas silenciosas del día o la noche en el sagrario:
Te prometemos trabajar sin descanso por aumentar el número de tus adoradores.

Monición:
Tras el largo discurso de despedida, Jesús, de pie ya, pronunció en el Cenáculo la oración sacerdotal. Fue como el ofertorio del Sacrificio de su Pasión y Muerte, que la Iglesia habría de perpetuar a través de los siglos, por el ministerio de los sacerdotes instituidos por el mismo Cristo aquella bendita noche. En esta oración sacerdotal, Jesús pidió por sí mismo, por los Apóstoles allí presentes, y por toda la Iglesia futura:

ORACIÓN SACERDOTAL
(Juan 17, 1-26)

En aquel tiempo, levantando los ojos al cielo, Jesús dijo: "Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique y, por el poder que Tú le has dado sobre toda carne, dé la vida eterna a los que le confiaste. Esta es la vida eterna: que te conozcan a Ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo. Yo te he glorificado sobre la tierra, he coronado la obra que me encomendaste. Y ahora, Padre, glorifícame cerca de Ti, con la gloria que yo tenía cerca de Ti antes que el mundo existiese. He manifestado tu nombre a los hombres que me diste de en medio del mundo. Tuyos eran, y Tú me los diste, y ellos han guardado tu palabra. Ahora han conocido que todo lo que me diste procede de Ti; porque yo les he comunicado las palabras que Tú me diste, y ellos las han recibido, y han conocido verdaderamente que yo salí de Ti, y han creído que Tú me has enviado. Te ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por estos que Tú me diste y son tuyos. Sí, todo lo mío es tuyo y lo tuyo mío; y en ellos he sido glorificado. Ya no voy a estar en el mundo; pero ellos están en el mundo, mientras yo voy a Ti. Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros. Cuando estaba yo con ellos, cuidaba en tu nombre a los que me habías dado. He velado por ellos y ninguno se ha perdido, salvo el hijo de perdición, para que se cumpliese la Escritura. Pero ahora voy a Ti, y digo estas cosas en el mundo para que tengan en sí mismos mi alegría colmada. Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado, porque no son del mundo, como yo no soy del mundo. No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del maligno. No son del mundo, como yo no soy del mundo. Conságralos en la verdad: tu Palabra es verdad. Como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo. Y por ellos me consagro a mí mismo, para que ellos también sean consagrados en la verdad. No ruego sólo por éstos, sino también por aquéllos que, por medio de su palabra, creerán en mí. Que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en Ti. Que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que Tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que Tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno; Yo en ellos y Tú en mí, para que sean perfectamente uno, y el mundo conozca que Tú me has enviado y que yo les he amado a ellos como Tú me has amado a mí. Padre, quiero que donde yo esté, estén también conmigo los que Tú me has dado, para que contemplen mi gloria, la que me has dado, porque me has amado antes de la creación del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido y éstos han conocido que Tú me has enviado. yo les he dado a conocer tu nombre y se lo seguré dando a conocer, para que el amor con que Tú me has amado esté en ellos y yo en ellos".
* * *

Señor Jesús, sacerdote eterno y salvador nuestro, escucha benigno las súplicas que te dirigimos, respondiendo a tus deseos y conscientes de las necesidades de tu santa Iglesia
Que sepamos ver en la Santa Misa el memorial de tu Muerte y Resurrección.
Escúchanos Señor
Que todos conozcamos el valor del sacerdocio, como perenne y visible presencia tuya entre nosotros.
Escúchanos, Señor
Que los cristianos sepamos conservar la estima debida a los dispensadores de tus misterios.
Escúchanos, Señor
Que sacerdotes y seglares, cada uno en su lugar, nos sintamos solidarios en un mismo quehacer apostólico.
Escúchanos, Señor
Que las insidias y calumnias del enemigo no ofusquen el esplendor del sacerdocio en la Iglesia.
Escúchanos, Señor
Que sus propias debilidades humanas no nos impidan ver en ellos a tus representantes en la tierra.
Escúchanos, Señor
Que la ejemplaridad de los sacerdotes, viviendo en el mundo sin ser del mundo, impulse a muchos a imitarlos.
Escúchanos, Señor
Que todo el pueblo cristiano sienta la responsabilidad de orar, como Tú lo hiciste, por el sacerdocio de la Iglesia.
Escúchanos, Señor
Que no falte a tus fieles el pan de la palabra por no haber quién se lo parta en abundancia.
Escúchanos, Señor
Que el Señor de la mies envíe obreros a su mies.
Escúchanos, Señor
Que la instrucción religiosa, la piedad sincera y la pureza de vida en las familias cristianas, constituyan el clima propicio para las vocaciones sacerdotales.
Escúchanos, Señor
Que los padres cristianos sean conscientes del honor que para ellos supone el hecho de que Dios elija algunos de sus hijos para el sacerdocio.
Escúchanos, Señor
Que los llamados no se hagan sordos a su llamamiento
Escúchanos, Señor
Que los que se preparan para el sacerdocio sean perseverantes en tu santo servicio y fieles a tus gracias.
Escúchanos, Señor
Que no les domine el espíritu indiferente y materialista del mundo.
Escúchanos, Señor
Que no falte a tu Iglesia los medios necesarios para acoger y desarrollar las sinceras vocaciones.
Escúchanos, Señor
Oración: concédenos, Señor, muchas y buenas vocaciones, a fin de que la grey cristiana, socorrida y guiada por vigilantes pastores, pueda llegar segura a los pastos ubérrimos de la eterna felicidad. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén
MEDITACIÓN

Para el hombre, destinado a la inmortalidad, sólo es de verdad importante lo que tiene trascendencia eterna. Por ello, las dos frases más importantes para el hombre en toda la literatura universal son aquellas con que Cristo describe el desenlace del Juicio Final:

"Venid, benditos de mi Padre... Apartaos, malditos."

Paralelamente en la historia del mundo los dos acontecimientos de mayor trascendencia son la expulsión del Paraíso y la Última Cena. Dios que apartá de él a los culpables... y Dios que se acerca a nosotros estrechándonos íntimamente a sí en la Eucaristía.
La Eucaristía es el acercamiento máximo de Dios a los hombres.
Acercamiento eterno: Hasta loa consumación de los siglos, que enlaza con su posesión en la gloria.
Acercamiento íntimo: El que come mi carne y bebe mi sangre permanece én mí y yo en él.
Nada se une tanto a nosotros como el alimento, que se convierte en nosotros mismos. Aunque en este caso, somos nosotros quienes nos convertimos en Él. En el fenómeno de la asimilación, es siempre el más noble el que asimila al menos noble. El viviente convierte en su propia sustancia; somos los que le comemos los que somos convertidos en Él.
La Humanidad necesitaba este alimento.
Huyendo el profeta Elías de la impía Jezabel, que le buscaba para matarlo, se adentró en el desierto de Beersebá. Agotado por la sed y el cansancio, se sentó bajo la sombra de un junípero y deseó la muerte. Un ángel del Señor le presentó una hogaza de pan y un ánfora de agua: "Levántate y come -le dijo- que es muy largo el camino que aún te queda por andar" (3Re19,7).
Durante su larga peregrinación de 40 años por el desierto los israelitas fueron alimentados con el maná.
Viendo un día Jesús las turbas que le seguían pendientes de su palabra, dijo: "Me da compasión esta muchedumbre, porque hace ya tres días que me siguen y no tienen qué comer. Si los despido en ayunas para sus casas, desfallecerán en el camino; porque algunos vienen de lejos" (Mc8,2ss).
Es muy largo el camino del hombre a través del desierto del mundo, todo arenas de egoísmo, donde aridecen los mejores propósitos. Y dios ha querido dársenos como alimento y compañero de viaje. El anciano Moisés, comentando la presencia tutelar de Dios, en medio de su pueblo, exclamaba: "No hay otro pueblo que tenga dioses que se acerque a él como a nosotros el nuestro" (Deut4,7)
¿Qué diría si hubises vivido después del Jueves Santo?

* * *
Al banquete eucarístico somos invitados todos ¡Con qué frecuencia y en qué ridiculos pretextos solemos excusarnos!
Toda limpieza es poca para acercarnos a recibir la Eucaristía. Cierto que nuestra pequeñez y miseria no debe retraernos. La comunión no es un premio exclusivo para los santos; es un alimento para los débiles y enfermos. Sólo el pecado mortal, que nos priva de la vestidura de la gracia, puede ser obstáculo. Pero el mismo Padre celestial que nos invita, nos proporciona gratuitamente mediante el sacramento de la Penitencia, el perdón de los pecados y la recuperación de la gracia.
No estará de más que recordemos la severa amonestación de San Pablo: "Así pues, quien come el pan y bebe el cáliz del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, el hombre a sí mismo, y entonces coma el pan y beba el cáliz; pues el que sin discernir come y bebe el Cuerpo del Señor, se come y bebe su propia condenación" (1Cor11,27-29).
Que los hombres sepamos apreciar la vida verdadera y el alimento que la sostiene.
Señor, escucha y ten piedad
Que estiememos en lo que se merece la invitación a la intimidad contigo que nos haces en este sacramento.
Señor, escucha y ten piedad
Que no rechacemos nunca por ridículos pretextos la invitación a participar en el banquete eucarístico.
Señor, escucha y ten piedad
Que comulguemos siempre con la preparación debida.
Danos siempre de ese pan
Para que tengamos vida sobrenatural y la tengamos abundante.
Danos siempre de ese pan
Para que Tú estés en nosotros y nosotros en Ti.
Danos siempre de ese pan
Como prenda de nuestra futura resurrección y para que vivamos eternamente junto a Ti.
Danos siempre de ese pan
Oración: Haz Señor que disfrutemos en el cielo con la eterna posesión de tu divinidad, que prefigura en el tiempo, la recepción de tu precioso Cuerpo y Sangre. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén
PRECES FINALES

Señor, que no olvidemos jamás que Tú fuiste a la muerte por nosotros.
Te rogamos, óyenos.
Que veamos en la Santa Misa el memorial de tu muerte redentora.
Te rogamos, óyenos.
Que sepamos ofrecer cada día junto con tu sacrificio nuestros trabajos y sufrimientos para suplir lo que falta a tus padecimientos por tu cuerpo que es la Iglesia.
Te rogamos, óyenos.
Que la participación en tu Muerte por la Comunión nos haga partícipes de tu Resurrección.
Te rogamos, óyenos.
Oh Dios, que en este Sacramento admirable nos dejaste el memorial de tu Pasión, te pedimos nos concedas venerar de tal modo los sagrados misterios de tu Cuerpo y de tu Sangre, que experimentemos constantemente en nosotros el fruto de la Redención. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.


En silencio en la presencia...

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