martes, 15 de diciembre de 2015

Oración de San Buenaventura



ORACIÓN DE SAN BUENAVENTURA

Traspasa, dulcísimo Señor Jesús, lo íntimo de nuestra alma con la suavísima y salubérrima herida de tu amor y caridad verdadera, pacífica, apostólica y santísima, para que nuestra alma, sólo en tu deseo y amor languidezca y se deshaga, a Ti sólo anhele, desfallezca en tus atrios y desee morir y estar contigo. Da a nuestra alma hambre de Ti, pan de los Ángeles, alimento de las almas santas, pan nuestro cotidiano supersubstancial, que tiene en sí toda dulzura y exquisito gusto, toda delicia y suavidad. A Ti, a quien los Ángeles desean contemplar, aspiremos siempre y de Ti se sacie nuestro corazón y con la dulcedumbre de tu sabor se harten las entrañas de nuestra alma; siempre tengamos sed de Ti, fuente de vida, fuente de sabiduría y de ciencia, fuente de luz eterna, torrente de delicias, riqueza de la casa de Dios; a Ti siempre ambicionemos, a Ti busquemos, a Ti encontremos, a Ti vayamos, a Ti lleguemos, a Ti meditemos, de Ti hablemos y hagamos todo para gloria y alabanza de Tu Nombre con humildad y discreción, con amor y complacencia, con facilidad y afecto, con perseverancia hasta el fin. Tú sólo seas siempre nuestra esperanza, nuestro placer, nuestra alegría, toda nuestra confianza, nuestra riqueza, nuestro gozo, nuestra quietud y tranquilidad, nuestra paz, nuestra suavidad, nuestro olor, nuestra dulzura, nuestro alimento, nuestra refección, nuestro refugio, nuestro auxilio, nuestra sabiduría, nuestra heredad, nuestra posesión, nuestro tesoro, en el cual fija, firme e imperturbable, esté radicada para siempre nuestra mente y nuestro corazón. Amén.

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«El Cristianismo colocó el amor al prójimo en el centro mismo del Evangelio, igualándolo con el amor de Dios. Jesús simbolizó de manera memorable esta nueva alianza de amor en el ministerio de la mesa. Una y otra vez se le recordó no sólo comiendo y bebiendo con los forasteros más olvidados -pecadores- sino también abrazándolos. Y este mismo Jesús que se relacionaba con mujeres samaritanas, recolectores de impuestos y parias de todo tipo, a la larga se convirtió también él mismo en un extranjero, rechazado por muchos de su propio pueblo y ejecutado como criminal. En un giro irónico, el evangelio de Lucas presenta a Jesús resucitado como un extraño para sus propios discípulos en el camino a Emaús. Una de las grandes sorpresas de esa historia es la de si los discípulos no hubieran invitado al Jesús irreconocible a que caminara y cenara con ellos, no se hubiera dado el reconocimiento durante la partición del pan: no hay eucaristía sin forastero». (Edward Foley, "Hagan esto en conmemoración mía", p. 41)



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