miércoles, 17 de febrero de 2016

Ser pan

Autor: Pbro. Lic Fernando Lugo Serrano
    Como el trigo triturado, hecho pan y entregado a los humanos deshaciéndose para dar vida; como Cristo fue triturado y se entregó plenamente por los seres humanos y, una y otra vez, vuelve a entregarse hecho alimento, ¡así deberían ser sus seguidores!...
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En el Banquete Eucarístico sucede un maravilloso prodigio: Cuando nosotros masticamos pan, éste se deshace, es digerido para asimilarse a nosotros, para hacerse parte de nosotros; una porción se quema, produciendo energía; otra parte se incorpora a nuestro cuerpo; en tanto que a nosotros nos facilita seguir viviendo y trabajando, el pan se consume, se deshace... Aquí interviene la diferencia decisiva... Cuando el hombre come pan y bebe vino, los asimila; cuando el hombre comulga el Cuerpo y la Sangre de Cristo, es Cristo quien se asimila a los hombres, uniéndolos a sí... Jesús, durante su vida mortal, se deshizo todo Él, triturado en la Pasión, consumido y consumado en la Muerte; ahora glorificado no necesita deshacerse para comunicarse... Simplemente toma el pan y transformado, nos da su vida en forma de alimento; pero no comunica un poco de vida provisoria, condenada a morir; más bien comunica vida que vencerá a la misma muerte «Él es para nosotros Pan de vida»... «Yo soy el Pan vivo venido de Dios; el que coma de este Pan vivirá para siempre»... «El Pan que voy a dar es mi Carne, que entrego en sacrificio para que la humanidad tenga vida» (Jn 6, 51)...
Del mismo modo, Cristo acepta el vino y lo transforma en su Sangre glorificada, la que derramó en la Pasión y ahora está viva; es la Sangre del sacrificio por amor, del desangrarse por amor, y con gozo nos la da en forma de bebida. Al darnos a beber su Sangre, nos hace consanguíneos suyos, establece una nueva circulación de la sangre en este Cuerpo suyo que es la Iglesia... Se debe sentir el flujo de esta Sangre por el organismo vivo de su comunidad de seguidores.

Aprender a ser pan
¿Porqué no se siente?, ¿porqué no se transforma el mundo por obra de los consanguíneos de Jesús?... Tal vez sea porque no se ha vivido plenamente (o al menos no por todos) lo que significa ser concorporal y consanguíneo de Jesús...
Como el trigo que de muchos granos forma una hogaza para repartirse entre los miembros hambrientos de toda la familia; como Cristo, que es unidad de toda la Humanidad, se reparte entre todos, ¡así los discípulos deberían ser fermento de unidad y vínculo de fraternidad de toda familia humana! Cristo, al repartirse entre muchos, quiere hacer de aquéllos que lo comen un nuevo cuerpo, más solidario, más unido, más coherente, más comunidad...
El que comulga tiene que parecerse a Cristo como pan, es decir, ser y aprender a ser cada día «más bueno que el pan»; ha de aprender a repartirse y compartirse. ¿Lo hace realmente? ¿no se habrán convertido algunos comulgantes en meras «alcancías de hostias»?

Debe ser comprobable que recibimos a Cristo
Lo que es y lo que tiene el verdadero discípulo de Jesús debe repartirlo y compartirlo: Su espacio en la hospitalidad, su tiempo en el servicio, su trabajo activo en la construcción de la sociedad más justa, su amor en todo: «El que preside, lo haga con solicitud; el que enseña, con sabiduría; el que sirve, con generosidad, el que distribuye los bienes, con libertad; así será Dios todo en todos».
Debe notarse, ser comprobable el hecho de que recibimos el Cuerpo y la Sangre de Cristo; «debemos crecer en todo hacia Cristo, que es la cabeza del Cuerpo»...
Por lo tanto, «desháganse de su vieja naturaleza, que está corrompida, engañada por sus malos deseos... Y revístanse de la nueva naturaleza, creada según la voluntad de Dios y que se muestra en una vida recta y pura, basada en la verdad... Por lo tanto, ya no mientan más, sino diga cada uno la verdad a su prójimo; si se enoja, no pequen y procuren que el enojo no les dure todo el día. El que roba, deje de robar y póngase a trabajar, realizando un buen trabajo con sus manos para que tenga algo qué dar a los necesitados. No digan malas palabras, sino sólo palabras buenas y oportunas que ayuden a crecer y traigan bendición a quienes las escuchen. No hagan que se entristezca el Espíritu Santo de Dios...
Echen fuera la amargura, las pasiones, los enojos, los gritos, los insultos y toda clase de maldad. Sean buenos y compasivos unos con otros y perdónense unos a otros, como Dios los ha perdonado a ustedes en Cristo» (Ef 4,15.22-32).
En una palabra, han de aprender y vivir el valor de una vida semejante a Jesús, en el sacrificio personal, como fuente de solidaridade, amor... El mundo entonces sí sería diferente y se convertiría paulatinamente de salvaje, en humano; de humano, en cristiano; de cristiano, en divino.
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Autor: Lic. Fernando Lugo Serrano.
Publicado originalmente en: Semanario. Órgano de Formación e Información Católica. Arquidiocesano de Guadalajara. Año VIII. Número 104. Página 10.


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