miércoles, 2 de marzo de 2016

Los Tres Nidos de Jesús

AMBIENTACIÓN:
Mirar a Jesús que apacible y tierno, acercándose a mi oído me dice: «Mira, qué hermosa meditación te señalo hoy: el altar donde me inmolo... el tabernáculo en donde me oculto... y la custodia en donde me manifiesto... es decir, el sacrificio más completo... la humildad más profunda... la manifestación más excelsa.»
I

Tu corazón debe ser un altar en donde la inocente Víctima se inmole constantemente en favor del mundo. Mi vida eucarística, la he fijado en tres moradas, en el altar, en el sagrario y en la custodia, y Yo quiero que seas para Mí estas tres cosas, porque tengo hambre de tu alma, porque quiero vivir unido muy estrechamente a ti.
Quiero repetir en el altar de tu alma aquella eterna, palabra: «Ecce venio...» y ser ahí sacrificado, bañándote con mi sangre caliente, que fecundiza y da vida... Pero si mi vida se transmite al altar, al tabernáculo y a la custodia, no se consuma ahí... ambiciona otro fin, y ese fin es tu corazón... es ¡el corazón del hombre!...
Yo no me sacrifico en el altar, más que para venir a expirar a tu corazón...
Yo no permanezco en el tabernáculo, más que para llegar a tu corazón...
Yo no me elevo en la custodia, sino para descender a tu corazón... Por tanto, si quiereo habitar en ti, ¿no debes ser para Mí, un altar, un tabernáculo, y una custodia? ¿No debe ser tu corazón un altar en el que me sacrifique... un tabernáculo en el que me olculte... y una custodia en la cual me manifieste?...
Sé, pues, mi altar, santo y limpio de toda mancha, para recordarte continuamente que «nadie tiene mayor amor que el que da la vida por los que ama» y si eres mi altar, constantemente estarás sintiendo en ti, el sacrificio del verbo hecho carne... y el fuego intensísimo de su amor...
Pero, si Yo me sacrifico en ti, y por ti... tú ¿qué haras por Mí? Dímelo sin vacilar... ¿Qué inicienso vas a quemar para darme gloria?... ¿Quemarás ahí todos los afectos y aficiones que a la tierra te ligan, y que te impiden mi unión?... ¡Oh y cuántos granos de incienso que tú sabes, alma querida, puedes sacrificar en mi honor!... ¿Me lo negarás?
Si Yo expiro en tu corazón diariamente, ¿no morirás tú dentro del Mío?
¿No te será dulce sufrir, recordando a cada instante mis sufrimientos?... ¿No te será fácil sacrificarlo todo por Mí, al verme en ti, en mi altar que eres tú, sacrificarlo todo, hasta la vida por ti?
¿Y por qué siempre he de pedirte lo que por tantos títulos me pertenece y no vuelas tú, en la intensidad de tu amor, a inmolarte con todas tus cosas en mi unión?...

II

Si tu corazón es mi altar, también quiero que sea el tabernáculo dónde me oculte... El ruido no me atrae... los brillos y relumbrones del mundo no me llaman, y sólo me complazco en el silencio de un alma pura y sacrificada. Vivamos ahí, para nosotros solos... Yo curaré tus llagas, con mis más preciosas gracias, y tú aliviarás las mías, con tu amor y con tus ignorados dolores...
Yo seré tu dulce secreto... Yo guardaré tu alma, consumiéndome en ella por medio del misterio.
Tú me escucharás, si eres mi silencioso tabernáculo, y Yo te diré: «Aprendan de Mí, que soy manso y humilde de corazón...»
Aunque ganaras el mundo entero, ¿podrías poseer más que el Creador del mundo?...
Yo seré tu bien, tu riqueza, tu dicha, tu tesoro, y aunque dirigieras tu vuelo en dirección de todos los vientos del cielo... aún cuando profundizaras las entrañas de la tierra... y aunque examinaras las olas del océano, ni el cielo, ni la tierra, ni el océano, te darían lo que posees siendo mi Sagrario... Que si tu corazón está en donde se encuentra su tesoro, que ese Tesoro, también pídemelo, se encuentre siempre en donde esté tu corazón...
Quiero que tu gloria sea toda interior, que sea Yo mismo... y si Aquel que es la belleza del cielo se oculta bajo las misteriosas apariencias,  y estas mismas apariencias, las pierde cuando se anonada en ti, ¿cómo tú, pobre gusanito de la tierra, no te has de abismar en Mí, esconderte, olvidarte, y perderte de vista para siempre sin volver a encontrarte jamás?...
El tabernáculo es mi cielo de la tierra. ¿Eso serás tú para Mí? ¿Un cielo puro y limpio, adornado con las estrellas de todas las virtudes?...
Una vida íntima contigo, es todo mi deseo, ¿y qué más intimidad, si estarás más cerca de Mí, que la misma oscuridad que me envuelve?...
Te amo tanto, que el mismo altar me parece lejos, y por eso quiero que seas mi sagrario; más no; todavía es poco y quiero acercarme más, mucho más a ti...

III

Serás también mi custodia, es decir, estarás rozando, en contacto directo con el Amado de tu alma: pero, ¿sólo esto busco de ti? ¿Qué indico Yo en ella, sino aquello de que: «cuando fuere elevado sobre la tierra, todo lo atraería hacia Mí?»
Y así es: si desciendo hasta tu corazón, no es tan sólo para darte una vida nueva... para manifestarme al exterior en el conjunto de tu conducta... es para producir frutos de virtudes perfectas... es para transparentarme en ti... para difundir en tu alma una divina semejanza y resplandecer en cada una de tus acciones.
¡Cuántas almas me reciben en la Comunión, y no saben imitarme en su dulzura, en su paciencia, en su humildad, en su abnegación y amor al abajamiento, y ocultan en el fondo de su corazón a un Jesús obediente hasta la muerte, y esa obediencia, no la revelan jamás en el cumplimiento de sus deberes... llevan en su alma a un Jesús crucificado, y huyen hasta de la sombra de la Cruz!
Yo llego en la Eucaristía hasta los últimos límites del amor, y no se me puede ofender en este misterio, sin llegar hasta los últimos límites de la ingratitud.
Que no sea así en tu alma, y que la Eucaristía lo sea todo para tu corazón, transformándote en ella para atraer... ¡Que si respiras, la Eucaristía sea tu atmósfera! ¡Que si te alimentas y bebes, ella sea tu pan cotidiano y fuente de agua viva!... ¡Que si caminas, la Eucaristía sea tu vía!... ¡Que si piensas, ella sea tu verdad!...¡Que si hablas ella sea tu palabra!... ¡Que si amas, esta Eucaristía, sea tu amor, todo tu amor!.
Desear a la Eucaristía es el principio de la vida verdadera... llegar a su participación es la coronación de los esfuerzos del alma, y perseverar en la Eucaristía es la felicidad consumada en la tierra.
Sé pues, mi altar, mi tabernáculo y mi custodia, en donde me sacrifique, me oculte y me manifieste.

"Entra en mi corazónPágs: 141-147
Concepción Cabrera de Armida


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