lunes, 29 de agosto de 2016

Preces expiatorias



TIEMPO ORDINARIO
(Inmolación y ofrecimiento)

¡Señor Jesús, que por amor a los hombres estás ahí, realmente presente en el santísimo Sacramento del altar! Tú eres la Luz, que ilumina nuestras mentes; el Camino, para los que peregrinamos hacia la Jerusalén celeste; la Verdad, para los que buscamos pequeñas verdades entre tantas falsedades; la Vida, que alimenta nuestras almas, asediadas por el mundo, la materia y el espíritu del mal; eres la Vida, en que estamos insertos.

Tu presencia amorosa nos está preguntando, como un día a Pedro: "Pedro, ¿me amas?".

Para corresponder a tu amor, queremos aquí nosotros, comunidad de adoradores, imitarte reparando, y a la vez desagraviarte por los pecados nuestros y los de todos los hombres, y orar también en general por todos los pecadores.

Humillados, contritos, perdonados, alimentados en ágape celestial, implorando la intercesión de la Virgen santa María, Madre tuya y nuestra, inmaculada, asunta al cielo y medianera, todos unidos en esta noche, reconociendo nuestra propia incapacidad, pero enardecidos por tu Corazón, movidos por tu Santo Espíritu, y en adoración al Padre, elevamos nuestras voces suplicantes, para que aceptes benigno nuestra oblación.

En este período litúrgico ordinario durante el año, conmemorando y continuando la acción de los cristianos -del Jesús perseguido por Saulo- a lo largo de la historia, queremos ser fieles a tu mandato de "ser testigos y de ir por todo el mundo, predicando el Evangelio a toda criatura". Para ello contamos con que la acción del Espíritu Santo, que se manifestó visiblemente en Pentecostés, ponga en nuestra mente y en nuestro corazón tus palabras y sentimientos.

Nos quieres, Señor, corredentores, por eso nos inmolamos; nos quieres consepultados, por eso nos purificamos; nos quieres corresucitados, por eso nos alegramos al ser enviados -apóstoles- a narrar tu gloria, tus magnas obras y tus bienaventuranzas por todo el mundo. Tu Iglesia nos marca la pauta: revisando y renovando, rechazando y proclamando, perdonando y promoviendo.

Son muchas las preocupaciones de tu esposa, o sea las nuestras; tienes muchas ovejas que atraer y reunir para hacer un solo rebaño bajo un solo pastor. Para suplir, si unos no quieren oír tu voz o si otros desertan de predicar, deseamos ofrecernos en lo poco que valemos.

* * *
Para que deseemos ser pobres, para que defendamos a los pobres, para que todos seamos en espíritu pobres.

¡Nos ofrecemos, Señor!

Para que los pacientes y sufridos y los que se inmolan en los claustros y en el mundo, sean debidamente valorados.

¡Nos ofrecemos, Señor!

Para que reciban fuerza y consuelo los que lloran y sufren y son despreciados por tu nombre o por tu reino.

¡Nos ofrecemos, Señor!

Para que sean fuertes y sirvan de ejemplo los que, en medio de tantos males, buscan la santidad y desean la justicia, en sí mismos y en los demás.

¡Nos ofrecemos, Señor!

Para que sean cada día más numerosos los que se compadecen y aman y socorren, acompañan y consuelan, enseñan y aconsejan.

¡Nos ofrecemos, Señor!

Para que los de corazón puro, noble, sincero y humilde te vean con fe ahora y con plenitud en el cielo.

¡Nos ofrecemos, Señor!

Para que los que buscan la paz y la predican y la trabajan, venzan, como hijos del Dios, a los hijos del maligno.

¡Nos ofrecemos, Señor!

Para que el dolor de los perseguidos por su justicia, en países y en ambientes, por enemigos y amigos, ilumine las tinieblas del mundo errante y secularizado y nos anime a imitarte y a imitarlos, sin miedo al sufrimiento, privaciones y persecuciones.

¡Nos ofrecemos, Señor!

Para que tu Iglesia, de verdad unida, fecunda y santa, firme, católica y apostólica, sea signo tuyo elevado ante las naciones y verdadera luz de los pueblos.

¡Nos ofrecemos, Señor!

Para que todos los cristianos, superando los criterios del mundo, recurramos a la oración como valor omnipotente y nos mantengamos siempre unidos en Oración con María, madre tuya y madre nuestra y con todos los hermanos.

¡Nos ofrecemos, Señor!

OREMOS:
Míranos, oh Dios, reunidos en oración y amor. Habla, Señor, que como el profeta Samuel, tus siervos escuchan. Manda, que estamos a tu servicio. Haz que tu Espíritu nos mantenga unidos al Papa, al Obispo, al Párroco o al superior y muy unidos nosotros mismos, sin individualismos, ni recelos, ni intransigencias, ni caprichosos empeños de imponer nuestros criterios, y así puedas contar con nosotros en tu misión salvadora.

Ayúdanos a no quitar la mano que hemos puesto en el arado, ni volver la vista atrás. Deseamos, como los "hijos del trueno", beber tu cáliz, para estar contigo allá en tu Reino. Enséñanos a desprendernos de nuestra comodidad y pereza, a comprender a los demás y compartir con ellos su pobreza y su dolor, sus angustias e ilusiones, dándonos todo a todos. Haz, en fin, que no te neguemos delante de los hombres para que no nos rechaces cuando nos presentemos en los cielos a gozar eternamente de tu inmenso amor y gloria.

Amén.

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