ORACIÓN DE SAN BUENAVENTURA
Traspasa, dulcísimo Señor Jesús, lo íntimo de nuestra alma con la suavísima y salubérrima herida de tu amor y caridad verdadera, pacífica, apostólica y santísima, para que nuestra alma, sólo en tu deseo y amor languidezca y se deshaga, a Ti sólo anhele, desfallezca en tus atrios y desee morir y estar contigo. Da a nuestra alma hambre de Ti, pan de los Ángeles, alimento de las almas santas, pan nuestro cotidiano supersubstancial, que tiene en sí toda dulzura y exquisito gusto, toda delicia y suavidad. A Ti, a quien los Ángeles desean contemplar, aspiremos siempre y de Ti se sacie nuestro corazón y con la dulcedumbre de tu sabor se harten las entrañas de nuestra alma; siempre tengamos sed de Ti, fuente de vida, fuente de sabiduría y de ciencia, fuente de luz eterna, torrente de delicias, riqueza de la casa de Dios; a Ti siempre ambicionemos, a Ti busquemos, a Ti encontremos, a Ti vayamos, a Ti lleguemos, a Ti meditemos, de Ti hablemos y hagamos todo para gloria y alabanza de Tu Nombre con humildad y discreción, con amor y complacencia, con facilidad y afecto, con perseverancia hasta el fin. Tú sólo seas siempre nuestra esperanza, nuestro placer, nuestra alegría, toda nuestra confianza, nuestra riqueza, nuestro gozo, nuestra quietud y tranquilidad, nuestra paz, nuestra suavidad, nuestro olor, nuestra dulzura, nuestro alimento, nuestra refección, nuestro refugio, nuestro auxilio, nuestra sabiduría, nuestra heredad, nuestra posesión, nuestro tesoro, en el cual fija, firme e imperturbable, esté radicada para siempre nuestra mente y nuestro corazón. Amén.
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«Cuando te presenten el mismo (Cuerpo de Cristo) di en tu interior: Por este Cuerpo yo ya no soy tierra y ceniza, no soy ya esclavo, sino libre; por él espero el cielo y creo que recibiré los bienes que están allí preparados, la vida inmortal, la suerte de los ángeles, el trato con Cristo; la muerte no poseyó este Cuerpo, atravesado por los clavos, lacerado por los azotes; ... éste es el mismo Cuerpo que fue atormentado, atravesado por la lanza, el que abrió al mundo las fuentes de la salvación, una de sangre y otra de agua...; nos dio este cuerpo para que lo poseyésemos y lo comiésemos, lo cual fue fruto de su intenso amor.» (San Juan Crisóstomo)
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