domingo, 19 de mayo de 2013

El don de la Piedad

El don de la piedad es la capacidad de hablar con Dios filialmente, con ternura; de alabarlo y adorarlo.

La piedad es la orientación del corazón y de toda la vida para adorar a Dios como Padre, para rendirle el culto que lo reconoce como fuente y meta de todo don auténtico. La piedad es la ternura hacia Dios, el estar enamorados de él y el deseo de rendirle gloria en cada cosa. Gracias a la piedad el cristiano no busca solamente los consuelos de Dios, sino que desea hacerle compañía en su gloria y en su dolor por el pecado del mundo.

Este don nos hace orar con gusto y de buena gana, con entusiasmo, nos hace salir del corazón una oración fluida, serena, calmada. Nos coloca en condiciones de vivir la oración de los hijos que gritan a Dios invocándolo con el apelativo de "¡Padre!".

El don de la piedad, aunque no lo notemos porque es muy profundo, nos hace mirar hacia Dios con sencillez filial y con verdad.

Es un don altísimo, extraordinario, que ha acompañado toda la existencia terrena de Jesús. 

Jesús vive profundamente el don de la piedad porque siente el gusto íntimo de ser Hijo, de llamar a Dios "Padre", como lo había hecho a los 12 años, a María y a José cuando lo encontraron en el templo: "¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?" (Lc 2, 49). Lucas nos muestra la primera representación pública de Jesús cuando está en oración: "bautizado también Jesús y puesto en oración, se abrió el cielo y bajó sobre Él el Espíritu Santo en forma corporal, como una paloma; y vino una voz del cielo: 'Tú eres mi Hijo, yo hoy te he engendrado'". Aquí Jesús aparece como orante: Él ora como Hijo, según lo atestigua la voz que viene del cielo, la voz del Padre: "Tú eres mi Hijo".

Este don también se expresa en la vida de los santos. 

Por ejemplo, pensemos en santa Teresa del Niño Jesús, en su espontaneidad en dirigirse al Padre celestial, en el afecto que la invadía en sus relaciones con Dios: Un día su hermana Celina quedó impactada al verla mientras cosía, porque parecía sumergida en la contemplación y le preguntó: "'¿En qué piensas?'. 'Medito el Padre nuestro', respondió, '¡Es tan dulce llamar a Dios Padre nuestro!' Y las lágrimas brillaron en sus ojos".
    "A Jesús le agrada mostrarme el único camino que conduce a la hoguera divina, es decir el abandono del niño, el cual se duerme sin miedo en los brazos de su Padre".
    "Mi cielo consiste en permanecer siempre delante de mi Dios, en llamarlo 'Padre'"
Este don se revela también en el modo de portarse con los demás.

Es el don de la sensibilidad en la relación humana, que nos permite tratar a todos con la mayor delicadeza, con amabilidad. Este don está impregnado de atención, respeto y sensibilidad. Si tenemos el espíritu de piedad, que nos coloca delante de Dios como Padre, deriva en cosa natural el ver a todos como hijos de Dios, amados por El. Es un don que compenetra la vida cotidiana, la vida de familia, las relaciones de cada día, haciéndolas hermosas, fáciles, agradables; un don que elimina las espinas, los choques, suaviza nuestras relaciones.

La piedad es el don de las relaciones breves y sencillas con Dios -en la oración espontánea, inmediata, confiada- y con los otros.
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Adaptado de:
"Los dones del Espíritu Santo". Ejercicios espirituales para el pueblo. 
Carlo María Martini. Ed. San Pablo. Bogotá, 2008. 62 p.


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